QUADROS
Mujeres
en el jardín (1866),
de Claude Monet
Similar innovación puede apreciarse en Mujeres en el jardín (1866, Museo de Orsay, París), obra
rechazada en el Salón de 1867, en la que tres mujeres se divierten en el campo
bajo un sol tan intenso que sus vestidos alcanzan el blanco en estado de gran
pureza, con escasas modulaciones intermedias y marcadas escisiones entre las
zonas de luz y sombra. La instantaneidad de la escena se pone de manifiesto
tanto por la precisión luminosa del momento como por el dinamismo de las
figuras, correteando y girando caprichosamente alrededor de un árbol. Con esta
ambiciosa obra, Monet se aleja del tratamiento tradicional que hasta entonces
se dio al retrato -el retrato de su primera mujer, Camile, había sido ensalzado
por Zola en el Salón de 1866- y
se inclina por la integración de las figuras en la naturaleza.
Los serios problemas económicos y el nacimiento de su hijo
ilegítimo, Jean, en 1867, condujeron a Monet a vivir una época de hambre y
pobreza extremas, así como a un intento frustrado de suicidio. Durante la
contienda franco-prusiana, el artista se refugió en Inglaterra, donde conoció a
Pissarro y obtuvo el apoyo económico y la amistad de Paul Durand-Ruel. Allí se
interesó mucho por la obra de Turner, que tanto influiría en su
percepción de la luz y el color. Según Monet, el pintor que se coloca ante la
realidad no debe hacer distinciones entre sentido e intelecto.
A partir de 1872, Monet se interesó por el estanque de Argenteuil
como lugar idóneo para adaptar su técnica a la representación rápida del agua y
la luz. La obra titulada Monet
trabajando en su barco en Argenteuil (1874,
Neue Pinakothek, Munich) representa esa especie de laboratorio náutico desde el
que el artista podía navegar sobre el agua del estanque apreciando los
cambiantes efectos luminosos de su superficie, que reproducía mediante diversas
variaciones sobre un mismo tema. El barco-taller de Monet se oponía
radicalmente a la idea de estudio que veinte años antes exaltaba Courbet en su
obra El estudio del pintor, y suponía un pintoresco testimonio de
las principales aspiraciones impresionistas.
Impresión,
sol naciente (1872)
La incipiente luz del amanecer y sus aleatorios reflejos sobre el
agua pueden apreciarse también en la mítica obra Impresión, sol naciente (1872, Museo Marmottan, París),
pintada en Le Havre. En poco más de medio metro cuadrado numerosas pinceladas
se superponen en un solo color general neutro, captando el instante luminoso
del amanecer y los destellantes reflejos del sol rojizo sobre el agua; la
rapidez que la fugacidad del tema exigía, condicionó el formato, la técnica e
incluso el título, condensado manifiesto de intenciones que dio nombre al
grupo, cuando, en 1874, al mostrarse la obra en la primera exposición
impresionista, el crítico Louis Leroy empleó el término para referirse
despectivamente, en Le
Charivari, a quienes hasta ese momento eran conocidos como el grupo de
Manet.
El
puente japonés
Todo el tiempo y el dinero que Monet invirtió en la construcción
de este jardín se vio compensado por las pinturas que de él surgieron; el agua
era nuevamente un espejo cuya apariencia se modificaba con los efímeros e
imprevisibles cambios del cielo que en él se reflejaban.
Allí nacieron también las conocidas series de Ninfeas o nenúfares
que, más tarde, se asociaron a las aportaciones de Kandinsky, Klee, Picasso y
Braque, como símbolos del nacimiento de la abstracción en la pintura
occidental, tras largos siglos de predominio de la representación figurativa. Las Ninfeas: paisaje acuático (1903, Bridgestone Museum of Art,
Tokio),Nenúfares al atardecer (1916-1922,
Kunsthaus, Zurich) o Ninfeas (1919-1920, Museo Marmottan, París)
son obras de gran formato que, en cierto modo, pueden ser contempladas por el
espectador contemporáneo como pinturas abstractas.
Menúfares (Las nubes), de 1903
Cézanne aludió a la capacidad del artista para captar objetiva e inmediatamente la realidad. Sin embargo, su proceso creativo iba más allá de la observación directa de la naturaleza y empleaba la memoria visual como recurso imprescindible para el acabado de sus composiciones. Las imágenes que se forman en la memoria son percepciones, igual que las determinadas por la visualización de las cosas, y entre ambas puede surgir, como ocurrió en la pintura de Monet, una nueva concepción de la imagen pictórica de la realidad.
En sus últimas composiciones de lirios de agua, la forma está prácticamente disuelta en manchas de color lo que, de algún modo, resulta una anticipación de lo que sería más tarde el arte abstracto.
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